En
la antigüedad se tenía la creencia entre las familias católicas, que los niños
pequeños que aún no tenían uso de la razón y que morían tras ser bautizados, se
convertían automáticamente en angelitos.
El
Museo Nacional de Arte (Munal) albergó la exhibición La Muerte, El Espejo Que
No Te Engaña, donde se presentaban numerosas obras de arte del siglo XVI al XX
ligadas precisamente a La Muerte.
En
una de las salas de esta exposición se encontraba la sección titulada
Angelitos, que precisamente mostraba óleos y fotografías de los cadáveres de
aquellos niños que murieron luego de recibir el sacramento del bautismo. Según
la tradición, la trágica muerte de un infante inocente, ya bautizado pero
carente de razón suficiente como para cargar con la responsabilidad del pecado
propio, se contrarresta con su pase directo al paraíso.
Por
tal motivo el evento se torna festivo y el entierro se lleva cabo con una
agridulce celebración acompañada de cohetes, música y comilona.
Pero
la tradición iba más allá, pues se tenía estrictamente prohibido que cualquier
persona llorara en el velorio y sepelio "...para que el chico pueda entrar
al paraíso y no tenga que regresar a recoger lágrimas".
También
se pensaba que las lágrimas mojaban las alas del angelito y no podía volar
hasta el paraíso.
El
retrato del niño queda como testimonio de su divina transformación en angelito.
En las fotos posan junto al pequeño cadáver los padres, a veces los tíos, los
padrinos, hermanos y otros familiares.
Además
de las fotografías había algunas obras en óleo, donde los infantes fueron
plasmados durante los velorios.
Los
retratos más antiguos en la exposición, de 1802 y 1805, son ejemplos de un
género para entonces ya maduro. Estos óleos anónimos terminados con lujo de
detalle y un realismo al límite de los esfuerzos del artista.
En
el siglo XVIII surge una pintura dedicada a los retratos de niños muertos que
muestran cómo a los niños los vestían de angelitos, les pintaban chapitas, y
metían en su ataúd sus juguetes favoritos. Ese día los niños vestían su mejor
ropa para lucir el día de su velorio y amortajarlos con un atuendo celestial. A
las niñas las vestían como la Virgen María y a los niños como San José.
Hay
obras famosas y destacadas, como la de El Difuntito Dimas Rosas, de Frida
Kahlo, que es la imagen del cadáver de un niño de tres años de edad, la cual
fue pintada en 1937 y que se exhibe en el Museo Dolores Olmedo.
Ya
hacia el fin de siglo XIX la creciente accesibilidad de la fotografía sustituyó
la necesidad de recurrir al pincel para grabar rememoraciones de angelitos.
Entre
los fotógrafos destacados de este género destacaron Romualdo García, Rutilio
Patiño y Juan de Dios Machain.
El
pintor David Alfaro Siqueiros narra en sus memorias cómo alguien lo tomó por
fotógrafo: "¡Señor fotógrafo, señor fotógrafo, venga usted conmigo! Mi
papá quiere que usted retrate a mi hermanita que se murió ayer, porque mañana
temprano tienen que enterrarla". David Alfaro Siqueiros habría de pintar
más tarde Retrato de niña viva y de niña muerta.
Difícil no llorar al infante de cuerpo presente!
ResponderEliminarUn rito muy compensatorio el de convertirse en angelito...
Me gustó mucho!
Un abrazo de domingo.
Hola Jurema
EliminarEs cierto, la muerte de un niño, es un acontecimiento muy triste.
Te mando un abrazo