domingo, 24 de febrero de 2013

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viernes, 7 de septiembre de 2012

El Osario de Sedlec

Un macabro espectáculo se puede encontrar en una imponente capilla de una iglesia ubicada en Europa Oriental.

Cruces católicas, arcángeles e imágenes religiosas se combinan tétricamente con huesos humanos en un insólito decorado en el llamado Osario de Sedlec, situado bajo la Iglesia del Cementerio de Todos los Santos en el suburbio de Sedlec, en la República Checa.
El osario contiene aproximadamente 40 mil esqueletos humanos, los cuales fueron colocados artísticamente para formar la decoración y el mobiliario de la capilla.
Según la historia, el lugar se convirtió en un cementerio muy solicitado después del siglo XIV.
La leyenda cuenta que el abad del monasterio de la Orden del Císter de Sedlec, fue enviado a la Tierra Santa por el rey Ottokar II de Bohemia en 1278. A su regreso trajo consigo una pequeña cantidad de tierra que había recogido del lugar donde fue crucificado Jesucristo.
Esa porción de tierra fue rociada en el cementerio de la abadía, por lo que la fama de ese panteón creció. Desde entonces, todo el mundo quería ser sepultado en Sedlec porque se creía que el alma de quien descansara en ese cementerio, estaría en el cielo en un día.
Sin embargo, durante el azote de la Peste Negra a mediados del siglo XIV, y después de una guerra llamada de los Husitas a principios del siglo XV, cobró miles de vidas, y la mayoría de los cuerpos fueron enterrados allí, por lo que el cementerio tuvo que ser ampliado considerablemente.
Se dejaban sepultar allí tanto los checos como gente de Polonia, Baviera o Bélgica. Fue alrededor del año 1400 que se construyó en el centro del cementerio una iglesia gótica, con una bóveda en un nivel superior y una capilla en el sótano.
En ese sótano se construyó un osario para los restos que fueron desenterrados durante la edificación de la iglesia.
Durante muchos años la iglesia y la capilla del sótano fueron remodeladas y ampliadas.
En el Siglo XIX, las obras estaban bajo la responsabilidad de la familia Schwarzenberg, pero ante la cantidad de huesos humanos que se iban acumulando tras desenterrar cuerpos con las obras, se contrató en 1870 a Frantisek Rint, un tallador de madera, para poner los montones de huesos en orden.
Los resultados del trabajo fueron macabros.
Entre las obras de Rint destacan una gigantesca lámpara de araña que contiene al menos una pieza de todos los huesos del cuerpo humano. La lámpara cuelga del centro del nave junto a las guirnaldas de cráneos que cubren las bóvedas.
Otros trabajos incluyen custodias flanqueando el altar, un gran escudo de armas de los Schwarzenberg, y la firma del maestro Rint, también hecha de huesos y situada en la pared junto a la entrada.
En 1970, al cumplirse cien años de la obra de Rint, el director de cine checo Jan Svankmajer hizo un documental del osario.
Hasta hace poco se celebraban misas el Día de Todos los Santos, durante las que reinaba una atmósfera íntima. Muchos vecinos tienen sepultados a sus familiares en el cementerio local.
Pero la última misa terminó mal. Aunque se acordó que no se tomarían fotos, no fue así. El día siguiente aparecieron en los periódicos imágenes del sacerdote diciendo la misa con calaveras y huesos cruzados al fondo, con titulares obscuros de que se trataba de una misa satánica.
Por ello el párroco optó por cancelar las misas en la capilla del osario.

domingo, 15 de julio de 2012

Clarimonda

Clarimonda: La muerta enamorada es una historia de Théophile Gautier que fue escrito en 1836.
El libro trata del relato del párroco Romualdo, quien ya de setenta años, le cuenta a otro sacerdote un pasaje de su juventud.

El relato inicia en la víspera de su ordenación como sacerdote. El joven seminarista quien no había tenido contacto con el mundo exterior, solamente conocía el ambiente religioso en el que se desenvolvió desde su niñez.
Es precisamente en la ceremonia de ordenación como sacerdote, que Romualdo ve entre los presentes a una hermosa mujer, de la cual queda prensado.
Mentalmente el seminarista escucha la súplica de la mujer, quien le dice que no se convierta en sacerdote y que sea de ella.
A pesar de que desea rehusarse a la ordenación sacerdotal, mecánicamente se lleva a cabo la ceremonia.
Al salir de la iglesia, es abordado por la misteriosa mujer, quien enfurecida le reprocha su proceder y antes de irse, un paje le entrega un papel donde viene el nombre de ella y su dirección: Clarimonda. Palacio Concini.

Al notar la turbación que provocó la mujer en Romualdo, su mentor, el abad Sérapion, decide enviarlo a una parroquia para que se haga cargo de ella,
Una vez instalado, el párroco Romualdo es requerido para oficiar un servicio fúnebre para una gran dama que resulta ser Clarimonda.
Al ver a la mujer en su lecho, el sacerdote no puede evitar besarla en los labios. En ese instante Clarimonda responde al beso, y a partir de ese momento, la mujer se lo lleva a vivir a Venecia para que sea su amante.
Allí, el sacerdote ofician durante el día sus misas en la iglesia, y por las noches acude al lecho de Clarimonda.
Romualdo nunca llega a comprender si todo aquello es real o es tan sólo el producto de un sueño.
En una visita a la parroquia de Venecia, el abad Sérapion se da cuenta de lo que sucede y le dice a su protegido que Clarimonda, es en realidad una vampira, y que se alimenta de la sangre de Romualdo para mantenerse viva.

Al dudar, Romualdo decide no tomar vino la noche que acude a ver a Clarimonda como lo hacía siempre, y conoce la terrible verdad.

Romualdo logra contemplar a Clarimonda en su ataúd: Sérapion abre la tumba de la vampira y rocía el cuerpo con agua bendita, reduciéndolo a polvo. Esto, sin embargo, no basta para destruir a Clarimonda, quien, furiosa, recrimina a Romualdo por escuchar al abad y le anuncia que rompe para siempre toda comunicación con él.

El relato finaliza con el anciano Romualdo agradecido por haber salvado su vida y su alma, pero lamentando todavía su separación de Clarimonda.
La frase final es: “La paz de mi alma fue pagada a buen precio; el amor de Dios no era suficiente para reemplazar al suyo. Y, he aquí, hermano, la historia de mi juventud. No mires jamás a una mujer, y camina siempre con los ojos fijos en tierra, pues, aunque seas casto y sosegado, un solo minuto basta para hacerte perder la eternidad”.

lunes, 2 de julio de 2012

El Cementerio de las 366 Fosas

La tradicional ciudad de Nápoles en Italia alberga uno de los más curiosos panteones del mundo: El Cementerio de las 366 Fosas.





Esta necrópolis se creó en el año de 1762, cuando Nápoles se convirtió en la tercera ciudad más poblada de Europa, lo que conllevaba un problema de sobrepoblación, tanto para los vivos, como para los muertos.
En aquella época, el índice de mortandad era demasiado alto, pues con la oleada de epidemias como la peste bubónica y el cólera, las defunciones eran cosa de todos los días.
Debido a las cuestiones insalubres que imperaban en todas las ciudades debido a la falta de drenajes, a la poca higiene y a que muchas de las sepulturas se encontraban en los sótanos de los edificios públicos e iglesias (aunque los ricos siempre tenían un espacio reservado para su eterno descanso) se decidió construir un cementerio en las afueras de Nápoles para los pobres.
El trabajo fue encargado al arquitecto toscano Ferdinando Fuga que proyectó el entonces llamado Cementerio del Pueblo en la colina de Poggioreale.
Este panteón originalmente estaba fuera de las murallas de la ciudad, pero con el paso del tiempo, la mancha urbana alcanzó al camposanto.
En un principio se planeó que el cementerio estuviera muy cerca del Hospital de los Pobres y Desahuciados, pues así era más fácil que los cuerpos de los pacientes que morían fueran llevados a su última morada.
El cementerio es un cuadrado perfecto de ochenta metros de lado. Sólo uno de estos cuatro lados albergaba un edificio, en el que se acomodaba la casa del enterrador, la capilla, la sala mortuoria y seis fosas para enterramientos. Los otros tres lados eran muros cuyo único ornamento consistía en arcos ciegos, concebidos para confinar el lugar de enterramiento y prevenir así la proliferación de enfermedades contagiosas.
El cuadrado estaba compuesto por 19 filas y 19 columnas de losas y además estaban las seis fosas del edificio. En total eran 366 fosas (sin contar la central que era un receptáculo del agua de lluvia).
Debajo de cada losa había un foso de 7 metros de profundidad donde los cuerpos eran arrojados.  Antes de llegar al fondo se colocaba una red metálica que servía de filtro y amortiguaban la caída de los cadáveres y cuando los cuerpos se disolvían con la cal que les ponían, los fiambres que se filtraban se mezclaban con la tierra.
Cada una de las 366 fosas estaba reservada para un día del año y su losa estaba enumerada, por lo que la fosa 1 era para el primero de enero y la 366 era para el 31 de diciembre (en esta lista se incluía el 29 de febrero de los años bisiestos).
Cada día del año, una fosa diferente era abierta para servir de sepultura común a los olvidados de Nápoles, y una vez finalizado el ritual cotidiano del enterramiento era sellada de nuevo tras haber rociado con cal los cuerpos inhumados.
El trabajo de abrir y cerrar las losas lo realizaba una pesada máquina que era movida un cuadro por día. Las losas pétreas tenían 80 centímetros de lado y escondían cámaras funerarias de más de 16 metros cuadrados en planta. Este trabajo se llevó a cabo día tras día, durante 128 años hasta que el Cimitero dei Tredici dejó de funcionar.
Era lógico pensar que el sepulcro número 60 que correspondía al 29 de febrero, era el que menos cadáveres contenía, pues era abierto solamente cada cuatro años, sin embargo curiosamente en 1794 un fuerte terremoto sacudió a Nápoles y los muertos fueron sepultados ese día en esa fosa.
Actualmente el Panteón de las 366 Fosas ya sólo funciona como atractivo turístico. No se tiene un registro de cuántas personas fueron depositadas en esta gigantesca fosa común, pero todos los desdichados que allí se encuentran fueron personas pobres que no tuvieron otro espacio para descansar.

domingo, 17 de junio de 2012

Petite Morte

Sentía cómo me estremecía al tener su piel con la mía.
Estaba en ella, ambos eramos un sólo cuerpo.
Era como si flotáramos por las nubes y a la vez estar aprisionados el uno con el otro. Había momentos en que no sabíamos quién estaba dentro de quién.
Ambos estábamos dentro del otro, éramos uno sólo. Ocupábamos todo el universo y a la vez no existía nada alrededor de nosotros.
Estando juntos era como si viajáramos a la velocidad de la luz, como si una oleada de viento nos alborotara el cabello, como si cayéramos en el infinito vacío.
Conforme era mayor la unión, nuestros cuerpos parecían fundirse en cada molécula. Aquel shock hizo que de pronto todo quedara en oscuridad y viéramos una intensa luz al final del camino, un gran destello que nos cegaba.
De pronto ambos caímos desfallecidos, parecía que nuestros corazones no latían, nuestras mentes no atinaban a ligar un pensamiento, la respiración quedó cortada y luego tan sólo se escuchaba un ahogado suspiro sincronizado.
Era como si nuestras almas se separaran de aquellos cuerpos y escaparan juntas por los aires.
Luego de toda aquella confusión, como ciegos, sordos y mudos, tratábamos de encontrarnos entre la oscuridad, tratar de resucitar de aquella experiencia cercana a la muerte.
Confundidos y desorientados, sólo atinamos a compartir una gran sonrisa cuando nuestras miradas se encontraron. Revivir en los brazos del otro fue la mejor forma de regresar al planeta Tierra.


La pequeña muerte es un estado que todos anhelan y tristemente sólo algunos alcanzan.
La también llamada petite morte era el nombre con el que los franceses describían al orgasmo. Un instante de separación del propio cuerpo, de movimiento y tranquilidad a la vez, de excitación y paz. Como palabra tiene la raíz en la palabra "trabajo" y tiene el mismo origen que palabras como alergia, energía, órgano.
Oculto, mostrado, tabú, secreto íntimo, descubrimiento juvenil, prohibido, el orgasmo tanto masculino como femenino ha estado siempre en el centro de muchas discusiones.
Lo cierto es que esta experiencia cercana a la muerte, todos la quieren experimentar.

sábado, 2 de junio de 2012

Angelitos Muertos


En la antigüedad se tenía la creencia entre las familias católicas, que los niños pequeños que aún no tenían uso de la razón y que morían tras ser bautizados, se convertían automáticamente en angelitos.
El Museo Nacional de Arte (Munal) albergó la exhibición La Muerte, El Espejo Que No Te Engaña, donde se presentaban numerosas obras de arte del siglo XVI al XX ligadas precisamente a La Muerte.
En una de las salas de esta exposición se encontraba la sección titulada Angelitos, que precisamente mostraba óleos y fotografías de los cadáveres de aquellos niños que murieron luego de recibir el sacramento del bautismo. Según la tradición, la trágica muerte de un infante inocente, ya bautizado pero carente de razón suficiente como para cargar con la responsabilidad del pecado propio, se contrarresta con su pase directo al paraíso.
Por tal motivo el evento se torna festivo y el entierro se lleva cabo con una agridulce celebración acompañada de cohetes, música y comilona.
Pero la tradición iba más allá, pues se tenía estrictamente prohibido que cualquier persona llorara en el velorio y sepelio "...para que el chico pueda entrar al paraíso y no tenga que regresar a recoger lágrimas".
También se pensaba que las lágrimas mojaban las alas del angelito y no podía volar hasta el paraíso.


El retrato del niño queda como testimonio de su divina transformación en angelito. En las fotos posan junto al pequeño cadáver los padres, a veces los tíos, los padrinos, hermanos y otros familiares.
Además de las fotografías había algunas obras en óleo, donde los infantes fueron plasmados durante los velorios.
Los retratos más antiguos en la exposición, de 1802 y 1805, son ejemplos de un género para entonces ya maduro. Estos óleos anónimos terminados con lujo de detalle y un realismo al límite de los esfuerzos del artista.
En el siglo XVIII surge una pintura dedicada a los retratos de niños muertos que muestran cómo a los niños los vestían de angelitos, les pintaban chapitas, y metían en su ataúd sus juguetes favoritos. Ese día los niños vestían su mejor ropa para lucir el día de su velorio y amortajarlos con un atuendo celestial. A las niñas las vestían como la Virgen María y a los niños como San José.
Hay obras famosas y destacadas, como la de El Difuntito Dimas Rosas, de Frida Kahlo, que es la imagen del cadáver de un niño de tres años de edad, la cual fue pintada en 1937 y que se exhibe en el Museo Dolores Olmedo. 
Ya hacia el fin de siglo XIX la creciente accesibilidad de la fotografía sustituyó la necesidad de recurrir al pincel para grabar rememoraciones de angelitos.
Entre los fotógrafos destacados de este género destacaron Romualdo García, Rutilio Patiño y Juan de Dios Machain.
El pintor David Alfaro Siqueiros narra en sus memorias cómo alguien lo tomó por fotógrafo: "¡Señor fotógrafo, señor fotógrafo, venga usted conmigo! Mi papá quiere que usted retrate a mi hermanita que se murió ayer, porque mañana temprano tienen que enterrarla". David Alfaro Siqueiros habría de pintar más tarde Retrato de niña viva y de niña muerta.


sábado, 19 de mayo de 2012

Herida letal


La cucaracha decidió abandonar su refugio en busca de comida, la noche era tibia, y la oscuridad fue la aliada del insecto que se desplazaba como saeta sobre la acera.
El animalito se movía rápidamente por el concreto, su cuerpo brillaba como el cobre con la luz artificial que emitía un semáforo en la esquina.
En ese momento, la luz roja del señalamiento vial hizo que un conductor detuviera la marcha de su vehículo.
El sujeto estaba absorto en sus pensamientos, aun retumbaban en sus oídos las palabras de su amada: ¡¡Se acabó!!
Esa palabra daba vueltas y vueltas por su cabeza. No podía creer que después de tantos años había llegado el fin de esa historia. Momentos inolvidables, viajes increíbles, poemas y canciones, todo ya era historia.
Sabía perfectamente que todo era su culpa y no tenía cara para poder rebatir los reclamos de su amada. Trató de salvar aquella relación que él consideraba mágica, pero ya era demasiado tarde.
Mientras el conductor seguía en sus pensamientos, afuera, en el pavimento, la cucaracha seguía en su búsqueda de comida.
De pronto aquel bicho erizó las antenas y rápidamente emprendió una carrera cuando una sintió una vibración extraña.
Unas pisadas se escucharon tenuemente en la calle, era un joven con pantalones de cholo y sudadera holgada que se acercaba sigilosamente al vehículo detenido en el semáforo.
El desconocido empuñaba una pistola con la que apuntó al conductor del vehículo.
¡¡Dame las llaves!! Gritó el asaltante en tono amenazante.
Sin embargo el automovilista seguía absorto en sus pensamientos y no hizo caso de la orden.
El ladronzuelo estaba nervioso, las manos le sudaban y su dedo temblaba en el gatillo.
Mientras tanto, el conductor seguía pensando en una posible solución. Si tan sólo le hubiera pedido perdón cuando tuvo la oportunidad…
Ya era demasiado tarde, sabía que lo había perdido todo.
Un último impulso hizo que el automovilista metiera su mano a su chamarra para sacar su celular y llamarle a su amada para pedirle por última vez que no lo dejara, pero aquel movimiento alertó al nervioso asaltante.
Un estruendo se dejó escuchar en la esquina. El ladrón se echó a correr y se perdió en la negrura de la noche.
De pronto el conductor se mostró confundido, la detonación del arma lo había sacado de su letargo. De su cuello manaban borbotones de sangre que empapaban su camisa blanca.
Aquel joven sentía que la vida se le escapaba, sin embargo el dolor que sentía no venía de orificio de bala, sino del corazón, esa herida era la que lo estaba matando.
Aún con el teléfono en mano, el automovilista desesperadamente quiso marcar el número. Las fuerzas lo abandonaron y el aparato cayó por la ventanilla del auto hasta el piso.
Segundos después, la cucaracha volvió a salir de su escondite, un aroma intenso la hizo acercarse al vehículo.
Sobre la banqueta se hallaba el celular salpicado de sangre que aún tenía en la pantalla un número telefónico que nunca pudo ser marcado.