domingo, 17 de junio de 2012

Petite Morte

Sentía cómo me estremecía al tener su piel con la mía.
Estaba en ella, ambos eramos un sólo cuerpo.
Era como si flotáramos por las nubes y a la vez estar aprisionados el uno con el otro. Había momentos en que no sabíamos quién estaba dentro de quién.
Ambos estábamos dentro del otro, éramos uno sólo. Ocupábamos todo el universo y a la vez no existía nada alrededor de nosotros.
Estando juntos era como si viajáramos a la velocidad de la luz, como si una oleada de viento nos alborotara el cabello, como si cayéramos en el infinito vacío.
Conforme era mayor la unión, nuestros cuerpos parecían fundirse en cada molécula. Aquel shock hizo que de pronto todo quedara en oscuridad y viéramos una intensa luz al final del camino, un gran destello que nos cegaba.
De pronto ambos caímos desfallecidos, parecía que nuestros corazones no latían, nuestras mentes no atinaban a ligar un pensamiento, la respiración quedó cortada y luego tan sólo se escuchaba un ahogado suspiro sincronizado.
Era como si nuestras almas se separaran de aquellos cuerpos y escaparan juntas por los aires.
Luego de toda aquella confusión, como ciegos, sordos y mudos, tratábamos de encontrarnos entre la oscuridad, tratar de resucitar de aquella experiencia cercana a la muerte.
Confundidos y desorientados, sólo atinamos a compartir una gran sonrisa cuando nuestras miradas se encontraron. Revivir en los brazos del otro fue la mejor forma de regresar al planeta Tierra.


La pequeña muerte es un estado que todos anhelan y tristemente sólo algunos alcanzan.
La también llamada petite morte era el nombre con el que los franceses describían al orgasmo. Un instante de separación del propio cuerpo, de movimiento y tranquilidad a la vez, de excitación y paz. Como palabra tiene la raíz en la palabra "trabajo" y tiene el mismo origen que palabras como alergia, energía, órgano.
Oculto, mostrado, tabú, secreto íntimo, descubrimiento juvenil, prohibido, el orgasmo tanto masculino como femenino ha estado siempre en el centro de muchas discusiones.
Lo cierto es que esta experiencia cercana a la muerte, todos la quieren experimentar.

sábado, 2 de junio de 2012

Angelitos Muertos


En la antigüedad se tenía la creencia entre las familias católicas, que los niños pequeños que aún no tenían uso de la razón y que morían tras ser bautizados, se convertían automáticamente en angelitos.
El Museo Nacional de Arte (Munal) albergó la exhibición La Muerte, El Espejo Que No Te Engaña, donde se presentaban numerosas obras de arte del siglo XVI al XX ligadas precisamente a La Muerte.
En una de las salas de esta exposición se encontraba la sección titulada Angelitos, que precisamente mostraba óleos y fotografías de los cadáveres de aquellos niños que murieron luego de recibir el sacramento del bautismo. Según la tradición, la trágica muerte de un infante inocente, ya bautizado pero carente de razón suficiente como para cargar con la responsabilidad del pecado propio, se contrarresta con su pase directo al paraíso.
Por tal motivo el evento se torna festivo y el entierro se lleva cabo con una agridulce celebración acompañada de cohetes, música y comilona.
Pero la tradición iba más allá, pues se tenía estrictamente prohibido que cualquier persona llorara en el velorio y sepelio "...para que el chico pueda entrar al paraíso y no tenga que regresar a recoger lágrimas".
También se pensaba que las lágrimas mojaban las alas del angelito y no podía volar hasta el paraíso.


El retrato del niño queda como testimonio de su divina transformación en angelito. En las fotos posan junto al pequeño cadáver los padres, a veces los tíos, los padrinos, hermanos y otros familiares.
Además de las fotografías había algunas obras en óleo, donde los infantes fueron plasmados durante los velorios.
Los retratos más antiguos en la exposición, de 1802 y 1805, son ejemplos de un género para entonces ya maduro. Estos óleos anónimos terminados con lujo de detalle y un realismo al límite de los esfuerzos del artista.
En el siglo XVIII surge una pintura dedicada a los retratos de niños muertos que muestran cómo a los niños los vestían de angelitos, les pintaban chapitas, y metían en su ataúd sus juguetes favoritos. Ese día los niños vestían su mejor ropa para lucir el día de su velorio y amortajarlos con un atuendo celestial. A las niñas las vestían como la Virgen María y a los niños como San José.
Hay obras famosas y destacadas, como la de El Difuntito Dimas Rosas, de Frida Kahlo, que es la imagen del cadáver de un niño de tres años de edad, la cual fue pintada en 1937 y que se exhibe en el Museo Dolores Olmedo. 
Ya hacia el fin de siglo XIX la creciente accesibilidad de la fotografía sustituyó la necesidad de recurrir al pincel para grabar rememoraciones de angelitos.
Entre los fotógrafos destacados de este género destacaron Romualdo García, Rutilio Patiño y Juan de Dios Machain.
El pintor David Alfaro Siqueiros narra en sus memorias cómo alguien lo tomó por fotógrafo: "¡Señor fotógrafo, señor fotógrafo, venga usted conmigo! Mi papá quiere que usted retrate a mi hermanita que se murió ayer, porque mañana temprano tienen que enterrarla". David Alfaro Siqueiros habría de pintar más tarde Retrato de niña viva y de niña muerta.