Clarimonda: La
muerta enamorada es una historia de Théophile Gautier que fue escrito en 1836.
El
libro trata del relato del párroco Romualdo, quien ya de setenta años, le
cuenta a otro sacerdote un pasaje de su juventud.
El
relato inicia en la víspera de su ordenación como sacerdote. El joven
seminarista quien no había tenido contacto con el mundo exterior, solamente
conocía el ambiente religioso en el que se desenvolvió desde su niñez.
Es
precisamente en la ceremonia de ordenación como sacerdote, que Romualdo ve
entre los presentes a una hermosa mujer, de la cual queda prensado.
Mentalmente
el seminarista escucha la súplica de la mujer, quien le dice que no se
convierta en sacerdote y que sea de ella.
A
pesar de que desea rehusarse a la ordenación sacerdotal, mecánicamente se lleva
a cabo la ceremonia.
Al
salir de la iglesia, es abordado por la misteriosa mujer, quien enfurecida le
reprocha su proceder y antes de irse, un paje le entrega un papel donde viene
el nombre de ella y su dirección: Clarimonda. Palacio Concini.
Al
notar la turbación que provocó la mujer en Romualdo, su mentor, el abad
Sérapion, decide enviarlo a una parroquia para que se haga cargo de ella,
Una
vez instalado, el párroco Romualdo es requerido para oficiar un servicio
fúnebre para una gran dama que resulta ser Clarimonda.
Al
ver a la mujer en su lecho, el sacerdote no puede evitar besarla en los labios.
En ese instante Clarimonda responde al beso, y a partir de ese momento, la
mujer se lo lleva a vivir a Venecia para que sea su amante.
Allí,
el sacerdote ofician durante el día sus misas en la iglesia, y por las noches
acude al lecho de Clarimonda.
Romualdo
nunca llega a comprender si todo aquello es real o es tan sólo el producto de
un sueño.
En
una visita a la parroquia de Venecia, el abad Sérapion se da cuenta de lo que
sucede y le dice a su protegido que Clarimonda, es en realidad una vampira, y
que se alimenta de la sangre de Romualdo para mantenerse viva.
Al
dudar, Romualdo decide no tomar vino la noche que acude a ver a Clarimonda como
lo hacía siempre, y conoce la terrible verdad.
Romualdo
logra contemplar a Clarimonda en su ataúd: Sérapion abre la tumba de la vampira
y rocía el cuerpo con agua bendita, reduciéndolo a polvo. Esto, sin embargo, no
basta para destruir a Clarimonda, quien, furiosa, recrimina a Romualdo por
escuchar al abad y le anuncia que rompe para siempre toda comunicación con él.
El
relato finaliza con el anciano Romualdo agradecido por haber salvado su vida y
su alma, pero lamentando todavía su separación de Clarimonda.
La
frase final es: “La paz de mi alma fue pagada a buen precio; el amor de Dios no
era suficiente para reemplazar al suyo. Y, he aquí, hermano, la historia de mi
juventud. No mires jamás a una mujer, y camina siempre con los ojos fijos en
tierra, pues, aunque seas casto y sosegado, un solo minuto basta para hacerte
perder la eternidad”.