sábado, 19 de mayo de 2012

Herida letal


La cucaracha decidió abandonar su refugio en busca de comida, la noche era tibia, y la oscuridad fue la aliada del insecto que se desplazaba como saeta sobre la acera.
El animalito se movía rápidamente por el concreto, su cuerpo brillaba como el cobre con la luz artificial que emitía un semáforo en la esquina.
En ese momento, la luz roja del señalamiento vial hizo que un conductor detuviera la marcha de su vehículo.
El sujeto estaba absorto en sus pensamientos, aun retumbaban en sus oídos las palabras de su amada: ¡¡Se acabó!!
Esa palabra daba vueltas y vueltas por su cabeza. No podía creer que después de tantos años había llegado el fin de esa historia. Momentos inolvidables, viajes increíbles, poemas y canciones, todo ya era historia.
Sabía perfectamente que todo era su culpa y no tenía cara para poder rebatir los reclamos de su amada. Trató de salvar aquella relación que él consideraba mágica, pero ya era demasiado tarde.
Mientras el conductor seguía en sus pensamientos, afuera, en el pavimento, la cucaracha seguía en su búsqueda de comida.
De pronto aquel bicho erizó las antenas y rápidamente emprendió una carrera cuando una sintió una vibración extraña.
Unas pisadas se escucharon tenuemente en la calle, era un joven con pantalones de cholo y sudadera holgada que se acercaba sigilosamente al vehículo detenido en el semáforo.
El desconocido empuñaba una pistola con la que apuntó al conductor del vehículo.
¡¡Dame las llaves!! Gritó el asaltante en tono amenazante.
Sin embargo el automovilista seguía absorto en sus pensamientos y no hizo caso de la orden.
El ladronzuelo estaba nervioso, las manos le sudaban y su dedo temblaba en el gatillo.
Mientras tanto, el conductor seguía pensando en una posible solución. Si tan sólo le hubiera pedido perdón cuando tuvo la oportunidad…
Ya era demasiado tarde, sabía que lo había perdido todo.
Un último impulso hizo que el automovilista metiera su mano a su chamarra para sacar su celular y llamarle a su amada para pedirle por última vez que no lo dejara, pero aquel movimiento alertó al nervioso asaltante.
Un estruendo se dejó escuchar en la esquina. El ladrón se echó a correr y se perdió en la negrura de la noche.
De pronto el conductor se mostró confundido, la detonación del arma lo había sacado de su letargo. De su cuello manaban borbotones de sangre que empapaban su camisa blanca.
Aquel joven sentía que la vida se le escapaba, sin embargo el dolor que sentía no venía de orificio de bala, sino del corazón, esa herida era la que lo estaba matando.
Aún con el teléfono en mano, el automovilista desesperadamente quiso marcar el número. Las fuerzas lo abandonaron y el aparato cayó por la ventanilla del auto hasta el piso.
Segundos después, la cucaracha volvió a salir de su escondite, un aroma intenso la hizo acercarse al vehículo.
Sobre la banqueta se hallaba el celular salpicado de sangre que aún tenía en la pantalla un número telefónico que nunca pudo ser marcado.

5 comentarios:

  1. Me gusta. Además me hiciste recordar un libro llamado "Las cucarachas no tienen rey"

    besos boráxicos
    A.

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    1. Debo leer ese libro. Gracias por el comentario.
      Un abrazo de seis patas.

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  2. Las heridas del corazón son las más duras de curar, pero siempre hay una curita disponible...

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  3. Esa cucaracha fue un testigo silencioso...
    Buen relato Enrique!

    Un abrazo

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  4. La cucaracha, testigo silencioso en la sombra.

    Que haría después? Me gusta este suspense!

    Un abrazo

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